Podríamos decir que la pandemia y su mal manejo fue un intruso de último momento que vino a dañar el salcocho triunfalista de Donald Trump. También se podría agregar que la crisis económica, el cierre comercial e industrial, y el desempleo que trajo aparejados la covid-10 influyeron en la caída del actual presidente de los EEUU. Pero si lo dejamos hasta ahí y no tomamos en cuenta la multilateralidad de factores, igualmente importantes, el análisis quedaría trunco y sería superficial.
Pero, también, si hurgamos más profundamente en el proceso electoral estadounidense y su desenlace final, veremos similitudes ocultas con lo que pasó en República Dominicana, concretamente con la doble derrota de Danilo Medina.
Se trata de aspectos de fenómenos sociales y políticos que aparentemente no guardan relación a simple vista pero que en realidad comparten causas y consecuencias comunes fenómeno que muchos han pasado por alto. Y eso es lo que aquí expondremos sucintamente.
Trump tenía prácticamente las elecciones ganadas. Empero, a Trump lo venció el propio Trump. Trump se derrotó a sí mismo cuando dio riendas sueltas a sus exabruptos emocionales que herían las susceptibilidades de millones de personas pertenecientes a diversas etnias, clases, religiones y razas, que llevaron agua de molino a las parcelas de los demócratas.
Trump se destronó él mismo cuando no supo hacer la conexión entre el candidato que fue en el 2016 y el presidente que gobernó hasta el 2020. Esto significa que si bien al candidato le luce siempre complacer a su base política, no le luce gobernar solo para ella, una vez que se convierte en el presidente de toda la nación.
Si bien tú puedes hacer turbulencias para socavar a tu rival (como lo hizo exitosamente cuando compitió con Hillary Clinton), no puedes hacer del Despacho Oval una fuente de tormentas permanentes que socaven y desestabilicen la nación. Y esto fue lo que hizo Trump.
Trump fue víctima de su absoluta adicción a las intrigas, a los pleitos, a las ofensas, al irrespeto a las instituciones y al uso atropellante del poder, convirtiéndose en un personaje que utilizaba la democracia para subvertir los fundamentos democráticos que han hecho grande a la nación norteamericana. Es por eso que su derrota es la simple culminación de años de cínicas actitudes, manipulaciones malsanas, y de su inestabilidad emocional que conspiraban contra sus posibilidades electorales, amen de su ineficiencia conceptual para articular una visión clara a todo el pueblo estadounidense.
Así como el organismo genera anticuerpos para expulsar elementos extraños que lo atacan y lo dañan, de igual manera el cuerpo institucional del sistema político estadounidense reaccionó integralmente para sacar a Trump de circulación. Un hombre que estaba causando un impacto terrible sobre el país anfitrión del mundo civilizado, y a los 233 años de la historia de la democracia en los Estados Unidos.
Trump hizo de la arrogancia, la mentira y la simulación una política de Estado. Lo mismo que hizo desde el poder el expresidente Danilo Medina, por eso ambos comparten el mismo triste destino con que finalizaron su carrera política.
Como Trump, Danilo Medina pensó que el poder todo lo puede, sin reparar que el poder presidencial tiene sus límites, más allá de los cuales todo se revierte contra él. Los esfuerzos en lucir humilde y sencillo de Danilo Medina se contraponían con sus acciones infames y no lograron tapar su prepotencia real y la ceguera del poder que lo obnubilaba y lo conducía a la arrogancia y a la ambición desmedida.
Al igual que Donald Trump, Danilo perdió el liderazgo moral que en un principio despertó con sus promesas de hacer grande al país y de rescatarlo de los males y los vicios que lo retrancaban. Bajo esas premisas, ambos tomaron el poder y ambos sucumbieron a la pasión obsesionada por el poder que hace perder la cabeza a los gobernantes y distorsiona su visión de la realidad.
No hay cosa más destructiva para la sociedad que un poder mal ejercido, basado en la soberbia, la prepotencia y el egocentrismo, aspectos negativos que podíamos identificar en los estilos de gobierno tanto de Trump como de Danilo. Estos dos presidentes pensaron que su poder era arrollador y que nada podía detenerlos.
Los aludidos mandatarios olvidaron que el éxito de hoy no garantiza el de mañana y que las circunstancias cambian y que lo que funcionó ayer deja de ser efectivo hoy. Trump y Danilo aprendieron a posteriori que el poder nace del pueblo. Olvidaron que el pueblo es quien quita y quien pone. Por ende, al desconectarse de las grandes masas de votantes, por estar concentrados solo en sus propios intereses personales, perdieron el favor popular que una vez los encumbró.
Eso les pasa a quienes como Danilo y Trump creen que la presidencia le da una patente de corso para que pisoteen, desconsideren, irrespeten, humillen y hagan con los demás lo que les dé la gana. Cuando un electorado percibe que un presidente se envilece en el ejercicio del poder, gobernando sin misión ni propósitos útiles a la sociedad, le va retirando paulatinamente su apoyo. Hasta que ya es tarde para recobrar su respaldo.
Trump no se manejó a la altura de un presidente de la nación más poderosa del mundo, de quien se espera una conducta madura, templada, sabia e inteligente, no como un bufón que degradó y deshonró la investidura presidencial. Se convirtió en una figura polémica y controversial que generaba noticias no por la importancia de sus logros sino por lo escandaloso y lo hiriente de sus bufonadas, cual si fuese un mandatario de una república bananera.
En cuanto a Danilo, pasó algo similar. Algunos afirman que Danilo perdió porque quiso volver a reformar la Constitución para reelegirse, por los excesivos casos de corrupción gubernamental, por el agotamiento del Partido en el ejercicio del poder, etc. Todo esto eran variables con las que él tenía que lidiar.
Al igual que a Trump, a Danilo lo quitó su arrogancia, su visión narcisista, su incapacidad para entender las reglas de la sinergia y reingeniería política, por no saber distinguir entre el político y el estadista, entre gobernar para un país y su casta política, lo cegó la venganza, el rencor, en sí, perdió la perspectiva de la historia. Como hemos vistos, dos derrotas con mucho en común.