El Ministerio del tiempo. ¡Qué tentación!

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En realidad, el título alude a una muy especial serie de ficción española que pude ver de manera parcial. Es casi una joya, salida de la chistera de un par de cineastas madrileños: Pablo y Javier Olivares. Lo que me sedujo de la entrega que nos hacen estos hermanos, fue ese peculiar sentido de hurgar en el pasado y desde allí, tratar de cambiar el futuro. Claro, está visto que ese “futuro” que se pretende modificar, es el “presente” que vivimos hoy; y eso, sí que es genial…., y tentador.

De cualquier manera, y siempre respetando las categorías, trataré de hacer un parangón -un tanto lejano por supuesto- y recoger algunas experiencias de la generación a la que pertenezco, los “baby boomers” nacidos justo al final de la Segunda Guerra Mundial y los inicios de la Guerra de Corea. Les hablo del año 1947.

Mientras veníamos al mundo, se disfrutaba un período de relativa tranquilidad. El Jefe estaba en plenas labores de construir el Estado dominicano y la infraestructura básica que cambió el rostro del país. Un tiempito después y aún vistiendo nosotros pantalones cortos, Trujillo se embarcó en celebrar los 25 años de su “gloriosa Era”.

Algo sensacional y novedoso que nos dejó la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre, con sus majestuosos edificios, algunos de los cuales, apenas tres décadas después, ya resultaban obsoletos; aunque otros, siguen de pie, brindando servicio. El problema vino por la crisis económica que implicó. Y, ahí afloran las preguntas: ¿qué hubiera sucedido si no celebra su boda de oro con el país? ¿perdíamos o ganábamos?

La debacle -para el régimen, por supuesto- llegó justo, cuando ya usábamos pantalones largos. Varios factores se combinaron, para bien o para mal de la nación. El Perínclito, afectado de senilidad prematura, le cogió con matar presidentes hostiles a sus ideas. Lo logró con Castillo Armas de Guatemala, pero falló con Rómulo Betancourt, un pupilo de los americanos; y allí selló su futuro.

Vinieron las sanciones económicas y se sumaron a la quiebra nacional que generó la dichosa Feria de la Paz. En la capital se empezó a sentir lo que pudiera llamarse una hambruna, pero no así en la zona rural. La madeja se iba enredando y la crisis se escalonaba. Al colmado o pulpería que tenía mi familia en la parte alta de ciudad Trujillo, se le fueron vaciando los tramos o anaqueles.

Y empezamos a sentir la crisis. La beca de estudio que me permitía asistir al Politécnico Loyola terminó al final del año escolar y justo con la llegada de la gesta inmortal de 1959 desde Cuba. Hube de finalizar la escuela Intermedia en el Liceo Presidente Trujillo, en tanda vespertina y más luego seguir en la mañana la Secundaria, en el mismo lugar, en la gloriosa Normal de la capital.

El asunto es que, en este período de 1955 a 1960, la crisis política generó la crisis económica y ya presentes las dos, se perdió el orden de llegada de ellas. De pronto y para los fines prácticos, el caos estaba generalizado. Un embrollo que poco importaba como había comenzado. Las sanciones económicas al régimen ahondaron las penurias de la población y por debajo, aumentaba la efervescencia social y con ello las conspiraciones.

De nuevo hay que hacer una parada y ver el asunto retrospectivamente. El sacrificio de casi 200 hombres para tumbar a Trujillo, en una acción militar que no tenía posibilidad de triunfo, ¿realmente abonó el terreno para su ajusticiamiento, dos años mas tarde? Puede que sí, pero, parece que la embajada influyó mas en el hecho que los herederos políticos de las acciones de 1959. Hablando en buen dominicano, diríamos que salió más cara la sal que el chivo.

Ya con los hechos consumados, para bien o para mal, el Jefe es parte de la historia y el país se apresta a despedirse de su presencia. Pero, más que de su persona, empezamos una desconexión de su espíritu, porque la huella de su impronta está metida en el ADN nacional. Alguien con visión un tanto derrotista, afirma sin rodeos: “en el alma de cada dominicano habita un pequeño trujillito”; y yo no sé qué tan cierta sea esta paradoja.

La explosión social incubada en tres décadas de férrea dictadura, de pronto, invadió la capital y las principales ciudades. ¡Libertad, Libertad!, ¡Fuera los Trujillo! Eran las consignas diarias de un pueblo en rebeldía que se movilizaba al anochecer, como un rito obligatorio, algo semejante a un despojo. La catarsis estaba en pie y así duró hasta elegir a Juan Bosch en diciembre de 1962.

En el interín, algunos acontecimientos marcan el día a día: la lucha contra los remanentes de la dictadura y la vandálica aparición de los “paleros de Balá”, la llegada de los exiliados junto a los primeros enfrentamientos directos con la policía, el asesinato de los participantes en la conjura y desde luego, afloran las organizaciones políticas y se define el liderazgo del proceso.

Desde el palacio, los cambios se suceden uno tras otro, aun y cuando no cambian el escenario sustancialmente. Balaguer asume la jefatura formal, los Trujillo abandonan el país a instancia de los americanos, el presidente propone repartir el gobierno con la oligarquía y crea el Consejo de Estado, pero, casi a seguidas tiene que asilarse y Bonnelly ocupa el mando, organiza las elecciones y Juan Bosch llega a la presidencia, aunque no al poder.

Dos hechos se registran en este período previo a las elecciones: Balaguer promulga la Ley 5785 para recuperar las propiedades del pueblo en manos de particulares y Bonnelly crea la Ley 5880, que proscribe hasta el nombre de los Trujillo; ambas con intenciones contradictorias entre sí. La primera es la base sobre la que se edifica CORDE y la segunda procura robarse todo lo que no pudieron llevarse los familiares del tirano.

Es aquí donde, de nuevo, hemos de cuestionar la historia: ¿valió la pena matar a Trujillo? ¿qué ganamos y qué perdimos? ¿era lo que esperábamos? ¿estamos conformes con los resultados? ¿llenó el gobierno de Bosch las expectativas? ¿qué hubiera sido diferente si no lo tumban?

En fin, hay miles de interrogantes sin respuestas, y los hechos nos dicen que la sangre derramada no se puede recoger; a menos que recurramos al Ministerio del Tiempo, para retroceder y cambiar algunos acontecimientos. Pero la historia no está para ficciones. De todas formas, la pregunta obligada ronda nuestras mentes, cual espíritu en pena:

¿Qué sucesos históricos revirtiera usted, para modificar el futuro de ayer, que es el presente de hoy?

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