De Jerusalén al mundo

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Cualquier animal, caminando sobre una montaña nevada pisa una roca que sigue loma abajo y, convertida en bola de nieve, dispara la avalancha que sepulta un poblado.

Igual pasa en la vida diaria, hacemos o decimos algo desencadenando una serie de consecuencias que nunca imaginamos. En política hacen cosas aparentemente inocentes, desencadenando grandes consecuencias.

En septiembre del 2000 siendo primer ministro israelí Ariel Sharon, visitó el Templo del Monte, un lugar súper sagrado para el islam, en Jerusalén. Esa “visita inocente” disparó la Segunda Intifada. Un año después sufrimos el 9-11.

El 13 de abril pasado, iniciando Ramadán, el mes sagrado del Islam, policías israelíes profanaron la mezquita de Aqsa y silenciaron las bocinas que transmitían las oraciones.

Sabemos cómo, cuándo, dónde y por qué esta guerra empezó, ignoramos las consecuencias que tendrá, pero sospechamos que el desenlace lo tendremos antes del año.

El desgaste del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu y su archienemigo palestino Hamás, es evidente. Por primera vez en Israel se habla de un gobierno de coalición que incluya a los Árabes israelíes.

Eso eliminaría a ambos, a Netanyahu y a Hamás del escenario político. En ésta guerra se juegan la sobrevivencia de la simbiosis formada entre ambos.

Netanyahu también se juega su libertad, puede caer preso por corrupción. Para evitar eso utilizará todo lo que está a. su disposición, incluida la guerra.

Y la guerra es mejor que desocupar los asentamientos ilegales de Israel en la margen occidental del Jordán.

De nuevo, la seguridad mundial es rehén de los desmanes de un político corrupto y de estructuras políticas decadentes.

El presidente Joe Biden, de los Estados Unidos, entiende claramente lo que pasa y por eso, por vez primera, Washington no apoya la agresión israelí contra Palestina.

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